En 1996, el entonces
presidente de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza, encargó a un equipo
internacional presidido por Jacques Delors un estudio sobre los retos de la
educación en el siglo XXI.
El estudio, conocido desde
entonces como “El informe Delors” planteaba las bases sobre las que debía
asentarse la educación del futuro:
- Aprender a ser.
- Aprender a aprender.
- Aprender a hacer.
- Aprender a convivir.
Creo que es hora de
cuestionarse si vamos en la buena dirección. De cara a la galería parecería
que sí pero, ¿Realmente lo estamos
haciendo? ¿Hemos cambiado nuestra concepción de la enseñanza tradicional? Realmente no lo creo. Y no sólo
eso. Pienso además que estamos caminando peligrosamente en dirección contraria.
¿Por qué? Vamos a analizarlo un poco.
La actual (y tradicional) concepción de la enseñanza, considera lo siguiente:
- Que el profesorado tiene el conocimiento y lo trasmite a los alumnos.
- Que dicho conocimiento se encuentra en los libros de texto elaborados por expertos.
- Que los alumnos y alumnas son receptores y reproductores de dichos conocimientos.
- Que aprender es únicamente la capacidad de aceptar la información y dar la respuesta correcta.
Finalmente, la Administración controla que los centros cumplan con los preceptos
marcados por la OCDE, que contrasta los saberes de los países industrializados,
comprobando sus datos.
En todo este proceso, la
reflexión, la comunicación, la creatividad y la crítica quedan deliberadamente
excluidas. La pasividad es la norma. Posiblemente sea porque un estudiante
pasivo sea en el futuro un ciudadano
pasivo.
Sin embargo, el Currículo
Oficial, tanto en Primaria, como en secundaria tiene como Objetivos Generales:
En Primaria:
“ b/ Desarrollar hábitos de trabajo individual y de equipo, de esfuerzo y
responsabilidad en el estudio, así como actitudes de confianza en sí mismo,
sentido crítico, iniciativa personal, curiosidad, interés y creatividad en el
aprendizaje.”
En Secundaria:
“g/ Desarrollar el espíritu emprendedor
y la confianza en sí mismo, la participación, el sentido crítico e iniciativa
personal, y la capacidad para aprender a aprender, para planificar, para tomar
decisiones y para asumir sus responsabilidades, valorando el esfuerzo con la
finalidad de superar dificultades.”
Se supone que los alumnos,
tanto en Primaria, como en Secundaria, deberían haber desarrollado, como parte
de su formación integral, dichas actitudes, sin embargo algo falla, a pesar de
los esfuerzos que en muchos momentos se ha hecho por potenciar esta parte de la
educación, cuando observamos la realidad: En las reuniones de padres, en
las evaluaciones, en las tutorías, oímos hablar de esfuerzo, hábitos de
estudio, exámenes y resultados, pero jamás de sentido crítico, iniciativa,
confianza....
La democracia, la
participación, la iniciativa, no se aprenden en los libros de texto, se aprenden
ejercitándolas y usándolas desde pequeños. La libertad, la paz, la tolerancia
no dejan de ser meras palabras que se repiten en todos los actos, si no
enseñamos realmente, desde la acción, a creerlas y usarlas. Y en este asunto somos responsables todos.
¿Y por qué pienso que
actualmente vamos precisamente en la dirección contraria? Por varias razones:
- Cada vez con mayor fuerza se está poniendo el énfasis en los resultados.
- Se intenta transformar la Escuela, siguiendo el más rígido de los patrones tecnocráticos, en una empresa que elabora productos acabados (los estudiantes) que repiten los saberes estandarizados, reflejados en diferentes pruebas de control.
- Se mide la eficacia de las Escuelas mediante dichos resultados.
- Se intenta que el profesorado aplique el mismo conocimiento, de igual manera, y a todos por igual, minusvalorando su papel como pedagogo que adapta el currículum a la realidad de su aula.
- Dicha minusvaloración da lugar a un mayor número de horas docentes y unas aulas sobresaturadas ya que, según esta concepción, el maestro debe convertirse en un eficaz trasmisor de conocimientos, en un “técnico de su parcela de conocimiento”, evitando una mayor interrelación con los alumnos y con otros docentes.
¿Será este ciudadano capaz de
“aprender a ser, aprender a hacer,
aprender a aprender y aprender a convivir”? ¿Será capaz de actuar e influir en
el mundo? ¿ O seguirá siendo ajeno a lo que ocurre a su alrededor?
Nuestra responsabilidad, como
padres, como profesores, como ciudadanos,
es plantearnos qué tipo de escuela queremos. El saber importa, pero la
forma en cómo se trasmite más aún. El conocimiento importa, pero las actitudes
ante el conocimiento más aún.
“ Una ciudadanía participativa, activa y
responsable no puede ser el producto de la eficacia técnica. Es necesaria la
intención y la apuesta pedagógica de relacionar el conocimiento, la imaginación
y la posibilidad de mejorar las cosas frente a la inacción. La pedagogía así
entendida va más allá de una lectura pasiva, mercantilista y tecnicista de la
realidad, aparentemente neutral y
despolitizada pero que, sin embargo, adoctrina en el conformismo frente al
“capitalismo extremo”, el individualismo, el consumismo y en la utilidad
económica y tecnológica” (“ Pistas para cambiar la escuela” 2009 Intermón Oxfam )
Charo Jiménez
Charo Jiménez